lunes, 18 de octubre de 2010

¿Es hora de colgar los hábitos?

He consagrado mi vida, mi profesión y mi futuro a la informática, concretamente al desarrollo. Recuerdo con añoranza el año 1985, cuando comencé a colaborar con una extinta compañía de videojuegos para el Spectrum, en Madrid. No había legislación de sueldos, categorías ni convenios. Se cobraba algo simbólico, y más siendo aprendiz. No importaba. Me apasionaba poder descubrir cada día nuevos algoritmos, dar vida a personajes, explotar las capacidades de la máquina, exprimir los bytes y hacer que una rutina en código máquina se ejecutara rápidamente y sin errores.

Después aposté todo a la carrera informática en la universidad. Era una carrera muy reciente, comenzando con lo tradicional. En aquella época yo ya desarrollaba en Clipper, C++ y Visual Basic, pero en la facultad íbamos por Cobol, RPG, Fortran y muchas teorías que empezaban a ser obsoletas. Mientras hice la carrera, también hice la mili, enseñaba informática en academias y colaboraba con empresas de videojuegos y editoriales versadas en el tema de la informática.

Acabé la carrera y debía dar un vuelco a mi carrera. No sólo por el dinero, si no también por la profesionalidad. Comencé en una pequeña consultora, donde puede comenzar como analista programador, y donde las ilusiones y el buen rollo eran su principal virtud. Después de tres años, y debido a que no podía seguir creciendo ni ganar más dinero, y a que empezaba una nueva vida que iba a requerir más recursos (me casaba), tuve que cambiar, a mi pesar, a otra empresa mayor. A partir de ahí, fui viviendo una vorágine de acontecimientos hasta el día de hoy: proyectos y servicios impuestos por comerciales, consultoras que sólo ven números y no empleados, cortinas de humo, asignación de proyectos y equipos que no se ajustan a las necesidades, habilidades y expectativas del mismo ni de sus integrantes, etc.

Durante más de veinte años he visto una degradación progresiva de esta profesión y de las empresas que participan en este juego. Al principio, los clientes no tenían el conocimiento y delegaban en las consultoras. Después han incorporado con mejor o peor acierto a gestores con un mínimo de conocimientos para su control. En la actualidad, se han llegado a prácticas humillantes, de mercadillo, subastando proyectos y servicios al menor postor (al que lo haga por menor precio).

Al principio, un programador era un ingeniero con unos conocimientos importantes, y su talento en aplicar esos conocimientos para resolver los problemas de la empresa eran muy estimados. Después aparecieron consultoras tipo langosta (el insecto, no el crustáceo), para devorar el mercado de un lugar sin generar nada a cambio. Reducían sus tarifas ofreciendo servicios "profesionales", y colocando (muchas veces) a becarios sin experiencia, personal no cualificado o reciclando profesionales de otras áreas. La calidad, obviamente, era (y sigue siendo) de dudosa confianza, y muchos proyectos han generado cuantiosas pérdidas. Pero la mayor pérdida de todas, ha sido la de la confianza en nuestra profesión, y ser informático ahora es un sinónimo de desconfianza, de chapuza, de estafador, etc.

No sé si os ha ocurrido como a mi, que en las consultoras somos carne al peso, y tanto si eres jamón pata negra, como si eres ternera de primera, como pollo de granja alimentado con pienso, o una simple rata callejera, te venden como una hamburguesa, a veces por debajo de costes, y todo por la estrategia de quitar a la competencia. Da igual si tienes conocimiento o experiencia en la tecnología o en la arquitectura del proyecto donde te venden. Si no venden tu carne (o tu alma), hay más carne en la despensa, incluso con mayor margen de beneficio.

La vorágine del negocio no tiene rasero, ni ética ni escrúpulos. Los comerciales tienen que vender para seguir en nómina, tener su comisión y su cuenta de resultados. Es un currito más, y debe hacer cosas que no le gustaría, pero debe conseguirlo de ese modo, porque hay otros comerciales de otras consultoras, con estómagos más acostumbrados a lo podrido. Si no venden, se cierra el negocio, y con ello todo lo demás. Así son las reglas de este juego.

Una vez (mal) vendido un proyecto o un servicio (mejor dicho, una vez nos hemos metido), hay que crear un equipo con lo que haya, o si no traer gente de fuera con el supuesto conocimiento o la supuesta experiencia. Volvemos al bucle de traer gente de fuera en lugar de promocionar, o de enseñar y reciclar, a gente de dentro, que no tienen ni la sinergia, ni la fidelidad ni la filosofía de la empresa. Esto, a su vez, genera discordia dentro, la desconfianza de que no se cuenta con ellos, que a su vez también se ve que la empresa pone techos de cristal, donde ves nuevos zapatos de nuevos compañeros con categoría superior a la tuya, y que te has tirado trabajado años y años en lo mismo y sin posibilidad de que tus zapatos estén en ese techo de cristal. Por eso se ve tanto movimiento de profesionales, donde ven en el cambio de empresa el único medio para crecer profesionalmente, de subir de categoría y de sueldo. De esta manera, terminamos convertidos en mercenarios con los mismos escrúpulos que los que pagan nuestras nóminas.

Cuando nos paramos a mirar nuestra profesión hoy en día, ¿qué vemos?. Una tierra baldía y desoladora. Chavales que desestiman o tienen miedo de hacer una carrera que no les asegura el trabajo, y que éste está poco remunerado y apestado. Una trabajo al que le dedicas horas "by the face", ni pagadas ni agradecidas. Una profesión al que le dedicas pasión, investigación, sacrificio y adquisición constante de nuevos conocimientos para no quedarte obsoleto, para luego tener un sueldo menor al de otras profesiones que no requieren conocimientos especiales ni tanta dedicación. Una profesión en la que hoy estás aquí, mañana allí, y nunca conservas compañeros durante muchos años. Una profesión donde en cualquier momento te pueden echar, especialmente cuando te quedas sin proyecto, cosa que ocurre no sólo por término del mismo, si no también por cancelación por falta o reajuste de presupuestos por parte del cliente. Una profesión en la que se valora más la imagen que la productividad, donde no se valora el trabajo del equipo productivo, donde esos "picateclas" siempre tienen la culpa de que los proyectos fracasen (es una ironía), y por eso deben cobrar menos y saborear más el látigo. Una profesión que da más quebraderos de cabeza y desilusiones que satisfacciones. Una profesión maldita que no respeta la personalidad del empleado, un ser con sentimientos, con dudas, temores, motivaciones, talento... Una profesión que llega a anular o a condicionar el estilo de vida de nuestros profesionales, dentro y fuera de la empresa. Una profesión odiada por clientes y por nosotros mismos, y de la cual no paramos de hablar tanto dentro como fuera de nuestras horas de trabajo, en cualquier lugar, con cualquier persona y a cualquier hora.

Todo se traduce a negocio. Si no hay negocio, no trabajas. Los clientes ahora son tiburones que obtienen el mejor (el más barato) precio de proyectos innovadores. Se aprovechan del clima generado por la crisis, aumentando más ese clima para su beneficio. Es muy fácil tener un mendrugo de pan y rifarlo a una horda de harapientos mendigos a cambio de obtener lo máximo aprovechándose de él. Si no tienes mucha hambre, debes luchar también por ese mendrugo de pan, porque al próximo mendrugo quizá ni cuenten contigo. Y el resto de hambrientos tienen hambre y tienen el ingenio agudizado. El esfuerzo de los comerciales aquí es tremendo, estresante e insatisfactorio. Y una vez que te llevas el mendrugo, hay que acatar el elevado precio que has pagado, y verás que una vez empezado el proyecto, el cliente te pedirá más de lo que te pedía al principio, con el miedo de perderlo la próxima vez si no cumples.

Ha habido muchos debates al respecto, sobre si la culpa la tienen los comerciales, o por el proyecto Bolonia que va a dar al traste nuestras titulaciones, o el intrusismo, o las consultoras mega-picadoras-de-carne que meten a no profesionales, o la falta de regulación por un Colegio Oficial, la ávida avaricia de las empresas, etc. Todos estos debate, aunque interesantes, tienen razón y no la tienen, según desde el cristal por el que se mire. Yo creo que en la situación actual la culpa la tenemos todos, desde el primero hasta el último. Yo me incluyo, porque en este país nos quejamos de todo, pero no hacemos nada al respecto, aunque nos den oportunidades para ello. No hemos dado ningún puñetazo en la mesa para decir: "basta", "estos son mis derechos y voy a luchar por ellos". Sólo nos preocupamos de seguir conservando la nómina, despotricar con la boca pequeña mientras nos tomamos un café con los compañeros, y marcharnos a la seguridad de nuestra casa agradeciendo haber tenido otro día duro de trabajo.

He pintado un cuadro gris-oscuro bastante feo. ¿Cómo arreglarlo y darle pinceladas de color?. La verdad, honestamente, no lo sé. La reciente creación de un Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos de Informática en Madrid, o la creación de cualquier Colegio Oficial, ya sea territorial o estatal, no creo que sea una solución, ni que asegure una calidad óptima en los proyectos. Los clientes no van a querer pagar más cuando antes pagaban menos. Un colegiado estará obligado a implantar metodologías que lastrarán (como siempre) los proyectos. La metodología no asegura la calidad, si no que es una trinchera desde la cual lidiar pleitos y juicios, que hacen perder el tiempo en la productividad y que va en detrimento de la ecología, al desarrollar muchos documentos innecesarios y consumir más energía para producirlos. Estas metodologías incrementarán también el tiempo y el coste de los proyectos.

Por otra parte, estar colegiado tampoco te acredita como profesional. He conocido (y conozco) a muchos ingenieros superiores en informática o en telecomunicaciones, que tras la carrera su aptitud y su actitud han ido dirigidas a despachos y titulitis, pero no aportadas a los proyectos. Sin embargo he conocido "intrusos" (personas sin carrera (conocimientos acedémicos) o personas provenientes de otras carreras), cuya actitud y cuya aptitud han sobresalido sobre la de aquellos con aires de grandeza.

He llegado a ser gerente y director. Desde hace casi cuatro años soy director de proyectos. El título me da igual, pues a veces he de picar código, en otras a definir portfolios, estrategias de negocio, análisis, preventas, planificaciones, etc. Me da igual analizar una tecnología que instalar y configurar un nuevo sistema, hacer pruebas o entrar a una reunión de crisis con un cliente y conciliar conflictos. Suelo tomar café y comer con "la tropa", con compañeros que tienen vidas, sueños, sentimientos y mucho qué decir sobre nuestra profesión en primera línea de combate. Los comentarios son desgarradores, y reflejan una realidad que está lejos de muchos dirigentes que sólo ven su vergel y su BMW.

A mi edad no puedo volver hacia atrás. La salida sería estudiar un Master en Dirección de Empresas o similar. Hace dos años estuve buscando uno "baratito" y sin prestigio. Al final di con uno de 3000 euros, y pedí a la empresa que me subvencionaran parte del máster a cambio de aplicar dichos conocimientos y prácticas para la empresa, con lo que ambas partes saldríamos ganando. La respuesta la podéis suponer. Si no puedo ir hacia atrás ni hacia delante, y si además veo el mercado laboral en el que piden jefes de proyecto de menos de 30 años, y directores de proyecto de menos de 35 años, mi futuro no lo veo muy halagüeño. Mi sueldo es mayor que el de uno similar de un treintañero con ganas de comerse el mundo, sin limitaciones (yo tengo hipoteca y familia) y sin pegas. Toda mi experiencia y todos mis conocimientos no pueden competir contra eso.

Otra salida sería montar mi propia empresa. Llevo dos años en ello, pero no me queda mucho tiempo después del trabajo para consagrarme a mi faceta emprendedora. Tan sólo puedo abordar pequeños proyectos para poder garantizar una entrega a corto plazo. Los costes y los esfuerzos, de momento, no compensan ni dan rentabilidad. Tampoco quiero abordar de repente un gran proyecto, pues no lo puedo garantizar, y tampoco quiero socios (ya he tenido dos amargas experiencias). A día de hoy, sigo invirtiendo parte de mi poco tiempo libre en buscar alguna fórmula en este sentido.

Otra salida sería cambiar de profesión, pero... ¿adónde voy? En esta profesión tengo más de 25 años a mis espaldas, y a mi edad me pedirán experiencia en cualquier otra profesión, que no tengo. Puede que en algún trabajo en una cadena de producción o como comercial sin experiencia tenga una oportunidad, pero, ¿en qué condiciones (salariales)?.

¿Qué futuro nos espera a los informáticos? El presente es muy jodido (perdonadme esta expresión), y la experiencia me ha demostrado que siempre va en detrimento, pues los escrúpulos en los negocios no existen, y no se valoran ni se miman las herramientas de trabajo, y si se pueden cambiar 1000 empleados por una máquina de churros, pues mejor. En este sentido, no me dejará de asombrar las ingeniosas fórmulas para reducir cada vez más las tarifas, exprimir más la fuerza productiva y extraer más zumo. En su día, España fue interesante para invertir, por ser una mano de obra barata y de calidad. Ahora tenemos una calidad dudosa, y otros países, como los países del Este y China, vienen detrás arrebatándonos ese lugar.

Es posible que decida - como otros muchos ya lo han hecho - emigrar de este querido pero absurdo país, de nuestra cultura mezquina del pelotazo y de leyes absurdas y cargantes para los emprendedores. He trabajado en UK y en Francia, de donde deberíamos aprender muchas cosas en lo referente a negocios y a valorar en su justa medida a los que realmente producen y crean el producto, el servicio y el proyecto. También hay que aprender mucho sobre su cultura emprendedora y de negocios. Un negocio no es ganar pasta rápido, a toda costa y donde sólo ganas tú. Un negocio es crear lazos duraderos, de confianza, de amistad, donde ganamos todos satisfaciendo las necesidades mutuas.

¿Es hora de colgar los hábitos? Lo estoy reflexionando.