lunes, 11 de enero de 2010

Cuando algo no se puede controlar

Ayer nevó en Madrid. Este es un acontecimiento que rara vez ocurre, y la de ayer, fue una de las nevadas más grandes que se recuerdan. Hoy los niños no han ido a la escuela, y el blanco paisaje anima el espíritu. Este milagro blanco enardece corazones, y muchos han salido a las calles a jugar con la nieve, o a dar un paseo para deleitarse de su textura y su frescor.

Esta mañana me he levantado pronto, como siempre. La rampa del garaje está completamente nevada, a excepción de un par de metros en el interior, donde está a cubierto, pero que, por desgracia, tiene una capa de hielo mortífera. He vaciado cinco kilos de sal seca y gruesa, pero el efecto derretidor de este mineral hace efecto muy despacio. A pesar de usar la pala, la capa de hielo persiste. Se hace imposible sacar el coche del garaje.

Aún en el caso de haberlo conseguido, median 40 kilómetros hasta la oficina. No tengo sal, ni palas ni fuerzas para despejar tan peligroso trayecto. Asimismo, mi barrio es nuevo, con muy pocos vecinos. El tráfico por mi calle es irrisorio. Sólo se ven las huellas de uno o dos coches, que no han hecho sino aplastar la nieve hasta convertirla en una apelmazada capa de hielo.

Muy cerca de mi casa pasa la carretera que sale de Arroyomolinos. Puedo ver la glorieta desde mi despacho. Anoche estaba la policía impidiendo a los coches tomar esa carretera. Hay cuatro kilómetros repletos de curvas muy peligrosas, con muchos cambios de rasante y cuestas de vértigo. Circular por ahí es muy peligroso. Esta mañana, esa carretera, la que lleva a la A5 por el Xanadú, está cortada. Ahora, en lugar de la policía, se encuentran unos conos que cortan dos de las salidas de la glorieta.

Los autobuses están muy lejos de mi casa, y la regularidad de los mismos no es buena. No estábamos preparados para ésto. El ayuntamiento no dispone de máquinas quitanieves ni de sal. ¿Cuándo ha nevado alguna vez aquí?. Si las calles son peligrosas, los autobuses no son inmunes a los accidentes. En este pueblo no tenemos ni trenes de cercanías ni metro. Sólo los autobuses pueden comunicar algunos pueblos.

Tengo suerte de tener ADSL en casa, el portátil y el teléfono de trabajo. Puedo trabajar desde casa. Acabo de mandar un correo electrónico a mis jefes comentándoles que estoy atrapado en la nieve, pero que estoy operativo online. !!! Benditas tecnologías y el concepto de oficina móvil !!!

Pero este es mi caso. ¿Y el de los demás? ¿Cuántos empleados pueden trabajar como yo? Me temo que una minoría absoluta. ¿Y qué le supone éso a una empresa, en términos económicos tangibles? ¿Y los intangibles? ¿Y para aquellos que han arriesgado y han salido con el coche, y los accidentes que seguramente hoy se han producido? Espero que no haya que lamentar pérdidas personales o daños corporales.

En el 2010 podemos estar orgullosos de poder tener los embalses y pantanos llenos, y que tendremos agua suficiente para nuestras necesidades y nuestros campos. Pero, ¿y las pérdidas que se desprenden de estas nieves? ¿Cuántos cultivos de temporada se han echado a perder, tales como el ajo o la lechuga? ¿Estamos a salvo de nuevas nevadas o heladas? Algún experto ya ha señalado que el aceite subirá escandalosamente debido a los efectos de esta nevada.

Vivimos en un mundo en que creemos controlar el destino, que todo está bajo nuestro control. Creemos, en nuestra erudita ignorancia, tener el poder de hacer que todo suceda más o menos a como habíamos planificado.

Mi reflexión es ésta: podemos hacer análisis de riesgos, prever contingencias, elaborar planificaciones precisas que contemplen infinidad de casos y escenarios, nos adelantamos a peligros conocidos y que sabemos pueden impactar o atacar nuestros planes, pero siempre obviamos lo más natural y probable, la fisura que nos hará tambalear y darnos cuenta de que somos una pluma a merced del viento, y no el Dios del viento.