martes, 31 de enero de 2006

Reflexión

A varios miles de metros de altura me encuentro aporreando las teclas de mi oficina móvil, rumbo al Reino Unido. Desde esta altura uno puede sentirse libre y grande. Cuando uno mira por la ventanilla del avión, puede comprender qué insignificantes somos realmente los seres humanos, unos seres en teoría inteligentes y superiores al resto de seres que poblan este planeta. Pero la realidad es que no es muy inteligente destruir no sólo nuestra propia morada, si no también a nuestros amigos los animales o incluso a nosotros mismos, de una manera tan absolutamente absurda y nefasta, carente de toda lógica, razonamiento o inteligencia, como es por diversión, por que sí o por no saber o querer entender todo lo que no sea de nuestro propio interés o no pertenezca a nosotros mismos. Nuestra evolución destructiva será finalmente la causa de nuestra extinción.

Pero esta reflexión no es el tema principal de mi blog para hoy. La reflexión real lleva madurando varias semanas en mi cabeza, y es el producto de mis demonios. No sé si de manera constructiva o destructiva, mi reflexión pueda ser compartida e incluso pueda identificarse con otros casos de alguno de mis lectores. En ella está involucrada la tecnología, aunque sea en un plano secundario.

Hace varias semanas están ocurriendo una serie de sucesos en mi trabajo que hacen levantar la bandera roja y sonar las alarmas. Puede que nuestro proyecto se detenga. Las políticas de negocio de negocio de nuestro cliente son oscuras, y tras la cortina de la densa bruma uno no alcanza a ver qué es lo que hay detrás. Pero no me preocupa que el proyecto se vaya al garete y yo me encuentre sin trabajo, ya que es algo por lo que he pasado, desgraciadamente, varias veces en mi vida.

Lo que realmente me preocupa son la serie de muchos e insignificantes sucesos, eventos, anécdotas y pequeñas historias que forman todo este amasijo de caóticas consecuencias. Después, uno se para a pensar que muy poquito está pasando con lo mucho que tendría que pasar.

Nuestro cliente es muy rico y poderoso. Decir que es el banco más poderoso de España y uno de las diez mayores entidades financieras del mundo ya reduciría considerablemente la lista de sospechosos a uno sólo (imaginaros de cuál hablo).

Mis breves andaduras por este proyecto me sitúan como a una pequeña e insignificante semilla arrojada a un basto desierto, a la merced de los vientos, de las tormentas y del asfixiante calor. Y realmente es así. Estoy en un proyecto inmenso, del que nadie sabe nada, nadie sabe qué se quiere, cuánto se quiere ni cómo se quiere. Hay conflictos por muchas partes, tanto a nivel departamental como personal. Asimismo, esta insignificante semilla ha sido arrojada sin previa instrucción, ni siquiera una introducción, ni avisos, ni nada de nada (en dos meses sólo he podido sentarme dos veces con mi jefe durante quince minutos para explicarme “algo”). “Búscate la vida”. Luego vienen las ostias, y la culpa la tienes tú por no saber adivinar por donde te vienen las collejas.

No quisiera aburriros con casos o anécdotas (que son muchas), y quiero ir realmente a lo que quería contaros en estas líneas. Pero una introducción breve está bien para ambientaros y que absorbáis mis palabras en su contexto.

Llevo dos meses perdiendo el tiempo y hartándose de trabajar para nada. Todo lo que se hace se deshace. Todo lo que se dice se desdice. A esto hay que añadir que los errores de algunos no se comparten, si no que se asumen como propios. Que te hacen cruzar líneas que no debes, que te hacen hacer cosas que no debes, que te hacen quedar al final como un tonto y un novato, después de veinte años en esta profesión. Lo peor de todo, es que estoy empezando a creérmelo.

Estoy sufriendo ahora mismo una crisis de identidad. ¿Quién soy?. ¿Qué hago?. ¿Dónde estoy?. ¿A dónde voy?. ¿Qué quiero realmente en esta vida?.

Uno echa la vista atrás y ve el recorrido que se va perdiendo tras esa niebla que oculta nuestro pasado. ¿Me estoy haciendo viejo y torpe?. ¿Estoy perdiendo facultades?. ¿Está uno quedándose atrás en este torbellino de “evolución”?. ¿Soy demasiado lento y no reacciono y me adapto al entorno?. No lo sé, pero lo estoy sufriendo en silencio y con pesar.

Mi proyecto está pendiente de un hilo a merced de unas tijeras afiladas y amenazantes. Una simple decisión puede cambiar la vida, no sólo mía, si no la de varias decenas de personas. Ya ha ocurrido con otras dos líneas de proyectos, y puede ocurrir también en ésta.

El gran problema es el recorte de gastos que está produciéndose. Hay gran preocupación en la cantidad de dinero que cuesta adaptar e integrar sistemas informáticos en los cuatro bancos que el cliente ha comprado en el Reino Unido. Tantas personas son muchos sueldos, y hay un gran despliegue de medios y gastos adicionales: licencias de productos, infraestructuras, máquinas, líneas de teléfono, taxis, vuelos, ordenadores, etc.

Durante algún tiempo (más de un año) han soportado este gasto y con miras de realizar aún más gasto, ya que es una inversión muy lucrativa, que hará ganar muchos millones más (me da igual que se hable de “eurelios” o de “paunds”). No entiendo ese repentino afán de recortar gastos, cuando en realidad es necesario invertir más y conseguir un mayor negocio (a largo plazo, por supuesto).

La cosa es seria, puesto que ahora uno debe viajar los domingos por la noche para aprovechar mejor las jornadas de trabajo (viajar en un día de no trabajo, o después del trabajo si estás en Madrid un lunes). Asimismo, ya han recortado las dietas a la mitad los días que se vuelve (y eso que nuestros vuelos llegan a madrid a las 9 de la noche). Por recortar, quieren hasta no pagar los gastos de desplazamiento de taxis, y que éstos los sufraguemos nosotros mismos (de Luton a Milton Keynes hay media hora por autovía, y 30 “paunds” la bromita. Si es Heathrow, son sólo 90 “paunds”). No me explico cómo el banco más poderoso de Europa dilapide millones de “eurelios” en tonterías, y para lo que es realmente necesario se tenga que prescindir de cosas elementales. ¿Por qué no se hace uso de las videoconferencias y se ahorra uno viajes, hoteles, taxis y dietas?. ¿Por qué dilapidar “eurelios” en viajes para reuniones improductivas?. Al final, la falta de juicio y de discernimiento pone en juego la vida laboral de muchas personas. Y todo por el vil y sucio caballero “Don Dinero”.

Mi reflexión final, a tenor de todo lo anterior es: ¿qué valor tienen las cosas?. Y, lo que es más importante, ¿cómo se valora realmente esas cosas en su justa medida?. Por cosas me refiero abstractamente a todo: a las personas, a su trabajo, a los proyectos, a las relaciones, a todo. Creo, amigo Sancho, que valoramos mal todo, incluso a nosotros mismos.

Somos insignificantes y nos supervaloramos engreídamente. O somos unos fenómenos y nos infravaloramos presa de nuestras depresiones. Hacemos tonterías y chapuzas, y las valoramos por encima de cualquier cosa. Hacemos obras de arte y las malvendemos. Comparamos mal, y tasamos mal. El valor de las cosas es incorrecto.

Ponemos valor a todo, incluso a las cosas para hacer ganar valor a nuestra felicidad: coches, casas, televisores, películas, libros, juegos, música, videoconsolas, ordenadores, software, PDAs, GPS, teléfonos móviles, servicios… Dilapidamos nuestro dinero en cosas cuyo valor es muy escaso o que no tienen ningún valor, ni siquiera sentimental o emotivo, para intentar llenar las lagunas secas de nuestra felicidad. Somos ignorantes, puesto que aquello que compramos nos llena durante un lapso muy pequeño de tiempo, pero seguimos siendo igual de infelices al día siguiente, y aquello que tasamos, valoramos y compramos para cubrir nuestra felicidad, pasa al olvido y se llena de polvo al día siguiente. ¿Qué libros, películas, discos, software, etc., utilizamos por segunda o tercera vez?. ¿Está bien invertido nuestro dinero?. Y, lo que es más importante, ¿está bien invertido nuestro tiempo o nuestro esfuerzo?.

Francamente, no sé dónde reside el valor de la felicidad. Me lo planteo muy a menudo, y nunca acierto a encontrar una respuesta convincente. A lo largo de mi vida he crecido profesionalmente, y no me siento feliz ni realizado. He conseguido metas muy lejanas y difíciles, y aún así, no encuentro la felicidad ni el orgullo con ello. Gano mucho dinero trabajando en tecnología, rodeado de tecnología y usando la tecnología. Pero soy más infeliz cada día. He alcanzado realizar proyectos internacionales, en otros países y en otros idiomas y culturas, pero no encuentro felicidad en lo que hago. Es más, cada vez soy más infeliz. La única felicidad que he alcanzado en todo esto es que me di cuenta que no valoraba nada a mi mujer, a mi hija o a mi familia. Y ahora valoro mucho más aquello que debía valorar en su justa medida, y rebajar el valor de aquellas cosas materiales que no me aportan nada más que un buen rato.

Desde aquí, desde el cielo, os envío esta reflexión y valorad su mensaje y su significado.